A tí Madre.
Al verte Madre de dolor transida, con siete espadas de bruñido acero, quiero ser en tus brazos prisionera, cirinea de tu alma dolorida...
A la zaga de tu huella va mi vida, aupando el corazón en el sendero, qué llevando contigo ese madero se mitiga el dolor de la subida...
Dame Madre a gustar de la dulzura, del cáliz de tu amarga pesadumbre, no me importa el dolor ni temo nada, pues si un día desmayo en el camino tendré aliento y la luz de tu mirada...
Yo bendigo el dolor que me ha traído, hasta tu cara de amargura llena, y bendigo la Angustia de esta pena que en tus brazos de Madre se ha dormido...
Bendigo, sí, el sufrir, porque ha sabido mostrarme el sol de la esperanza buena, y atraer tus caricias de azucena hasta mi pobre corazón herido...
Te adoraba en la dicha y no sabía que guardaras ternuras todavía; son para quien llora tus amores, pues no importan las espinas de este suelo si para conducirnos hasta el cielo nos tienen pasaporte tus Dolores...
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